Desconsuelo


Lloré, sí, lloré desconsoladamente, ahogada por un mar de lágrimas, con un vacío doloroso en mi pecho.
Levanté la mano frotándome en el lugar más cercano al dolor, como si el masaje pudiera eliminarlo.
Una solitaria lágrima resbaló por mi mejilla, a la que siguió una segunda y una tercera, y volví a llorar.
Tuve pánico. Cerré los ojos con fuerza e inspiré profundamente para tranquilizarme.


No, no iba a permitir que esto me superara. Volví a respirar profundamente deseando que el dolor en el pecho se fuera, deseando que el sueño llegara.

Abrí los ojos y le encontré allí, mirándome, con su sonrisa que tanto me cautivaba.
Pronunció solo una palabra, mi nombre, y eso fue suficiente para encontrar otra vez mi rumbo.
Dejé de llorar.