Me dieron una fotografía de alguien anónimo y a partir de ahí construí un relato que forma parte del libro "Relatos en blanco y negro"
Mi historia empieza con una infancia triste.
Mi historia empieza con una infancia triste.
Del
mismo modo que hay hombres que abandonan a sus mujeres e hijos, y jamás vuelven
a interesarse por ellos, mi madre nos abandonó a mi padre y a mí cuando yo
tenía 3 años.
Nunca
supimos nada de ella, hasta que me enteré que acabó sus días en una residencia
de la tercera edad, sola y sin memoria.
Jamás
se puso en contacto conmigo, aunque cuando era adolescente, intenté buscarla
sin resultado.
Me
costó aceptarlo, pero ahora lo tengo asumido. No todas las mujeres poseen
instinto maternal.
El que no lo superó fue mi padre, que ahogaba su pena en el trabajo y en el alcohol.
Desde
que tengo recuerdos, cuidar y preocuparme por mi padre fue una forma de vida
para mí, hasta que me dejó sola cuando murió una mañana, de resaca.
No
tuve hermanas que fueran mis confidentes o hermanos con los que pelear.
No
tuve abuelos, murieron antes de que yo naciera; ni tíos, pues mis padres
también eran hijos únicos.
No
puedo echar de menos una familia, porque jamás la tuve, como tampoco puedo
añorar la felicidad, porque estuvo ausente durante muchos años.
Era
la típica niña que no destacaba en nada: bajita, con gafas, de pelo castaño con
una diadema de colores para que no fuera todo el día despeinada.
Los
días de diario iba vestida con el uniforme del colegio, que consistía en una
camisa blanca y una falda a cuadros por encima de unas rodillas rozadas, fruto de
tropezarme casi siempre con cualquier obstáculo que se cruzara en mi camino.
Así
era yo: «un pato mareado», como me llamaba mi vecina la farmacéutica.
Me
gustaba estudiar y empleaba todos mis esfuerzos en ser la mejor de la clase, lo
que también me acarreaba numerosos problemas con mis compañeros, que me tenían
por la «empollona».
La adolescencia fue más difícil de llevar porque veía como mi cuerpo cambiaba y mis intereses también.
Pasé
de ser un patito feo a ser un cisne, y a pesar de ello seguía estando sola.
Dejé
de ser la primera de la clase para ser la más popular, por mi espectacular
físico, pero eso a la larga también traería problemas. A base de golpes entendí
que debía centrarme más en los estudios y menos en quién tenía al lado para
adularme.
El
día que apareció en mi vida ÉL, mi alma gemela, todo cambió.
Nos
conocimos en la facultad, al poco tiempo de morir mi padre.
Fue
un regalo de la Providencia.
Dejé
de estar sola para formar parte de un dúo.
Con
la llegada de Alejandro, nuestro hijo, fuimos un trío y con Ana nos
transformamos en cuarteto.
Ahora,
con nietos, mi familia ya es numerosa.
Dejé de ser una niña solitaria para pasar a ser una abuela acompañada, aunque aún recuerde cómo jugaba en la acera de mi calle sin otra compañía que dos bolardos que me sujetaban la goma.