Partiendo
de la base que todo ser humano tiene derechos y que las personas desplazadas por
serlo tienen esos mismos derechos, no podemos mirar a otro lado cuando se
vulnera el más elemental de todos que es el derecho a la vida.
A mi modo de ver, para entender el problema que se suscita con ellos, se podría resumir en una palabra que pocos entienden y sienten: EMPATÍA.
Si percibiéramos como nuestro el dolor y la desesperación que estas personas sienten al dejar su país de origen sin ninguna posesión salvo lo que llevan encima de su cuerpo, haríamos causa nuestra lo que les pasa.
¿Cómo nos sentiríamos si nos dijeran que a partir de ahora no tenemos casa, dinero ni lugar donde estar, que eres extranjero en todas partes?
Se me parte el corazón ver a esos niños o mujeres que huyen de algo tan terrible como es la guerra o la extrema pobreza y se encuentran con algo mucho peor que es el abandono sin ninguna clase de esperanza.
La
solución tampoco está en que los acojamos sin más ya que además de admitirlos
en nuestro país hay que integrarlos y no de forma puntual sino de manera
continuada y a largo plazo.
Con empatía sabremos valorar lo afortunados que somos y podremos trabajar para tener un mundo más justo para todos.