A tortas con la vida




Este relato forma parte del libro "016 Relatos que se deben contar".

Se presentó el 24 de noviembre del 2014 en el hemiciclo del Ayuntamiento de Valencia con motivo de la celebración del Día Internacional contra la Violencia de Género.

Fue mi pequeña aportación a la causa.




La vida está hecha de momentos buenos y  malos y a ella le había tocado siempre los momentos malos.
Tuvo una infancia desastrosa, con un padre autoritario y una madre ausente.
Luego, de mayor, se casó con su novio de toda la vida y cambió el padre por el marido autoritario; ahora ella era la ausente.
Estaba decidida a que todo cambiara. Se había dicho a si misma, un montón de veces, que no merecía la pena continuar de este modo, que tenemos sólo una vida y la iba a malgastar viviendo en un limbo. Porque era eso lo que hacía. Para no darse cuenta de lo infeliz que era, se refugiaba en su mundo de fantasía imaginándose protagonista de novelas donde la heroína salvaba a los desvalidos y donde se enamoraba perdidamente de un caballero que no hacía otra cosa que colmarla de atenciones.

Amanecía un día lluvioso, pero eso no le impidió llevar a cabo sus planes. Dejó su maleta en el recibidor de casa, preparó el desayuno y esperó a que su marido se levantara para darle la noticia de que se iba.

Le vio aparecer por la puerta de la cocina, despeinado, bostezando y sin ni siquiera decirle un “Buenos días”.
Intuyó que algo iba mal pero no pudo esquivar el primer guantazo.
Todo giró de repente y ya no supo por donde le venían los golpes.
Él  no hacía más que golpearla y gritar diciéndole que nunca le dejaría marchar, que era suya, que era su mujer.

La cocina se volvió negra y silenciosa. Ya no había golpes ni gritos. No sentía nada.
Pensó que se había acabado todo, que estaba muerta pero no era así.



Despertó en una habitación de hospital, magullada y con fractura de dos costillas. No estaba sola; a los pies de la cama, sentado en un sillón, estaba él. Debía haber pasado todo el tiempo con ella porque se le veía desastrado y ojeroso.

Él se dio cuenta de que se había despertado y acercándose a la cabecera de la cama le pidió perdón un millón de veces. Se le veía arrepentido, pero ella sabía que eso duraría poco. Solo había sido violento con ella una vez y fue lo suficientemente brutal para haberla llevado directamente al hospital.
No, no se creía su arrepentimiento. Seguía resuelta a cambiar su vida y ahora con mucho más motivo.

El día que le dieron el alta pidió al médico que no se lo dijeran a su marido y salió del hospital decidida a no volver con él.
No iba a permitir que le golpeara más, ahora sería ella la que fuera a tortas con la vida.