El fantasma del Olympia

El pasado 10 de noviembre se cumplieron 100 años de la inaguración del teatro Olympia de Valencia.
Con dicho motivo se me ocurrió un relato que paso a mostraros.
Espero que os guste.





Hola, soy un fantasma.
Sí, es raro que un ente sobrenatural se presente así pero es que me han convocado con motivo de los 100 años del teatro Olympia y no puedo faltar a esta celebración.
¿Por qué me presento? Porque contar mi historia es contar la historia del teatro más antiguo y conocido de Valencia.
Nací, crecí y morí como persona en la ciudad de Valencia hace un siglo; que se dice pronto.
¡Cuánto ha cambiado todo!
Como el teatro, mis inicios tienen que ver con las monjas porque fui abandonado en el  convento de San Gregorio, en la calle de San Vicente, en pleno centro de Valencia, el solar donde se construyó el edificio.
Mis cinco años de vida fueron marcados por la inauguración del teatro, un frio otoño de 1915 con la representación del Barbero de Sevilla. Quise ser Fígaro emulando al barítono Ricardo Stracciari que por primera vez cantaba en Valencia.
Crecí entre bambalinas pues mis padres adoptivos eran empleados del teatro y vivíamos en una de las 47 viviendas que tenía tan gran edificio.
Hasta el año 1917 asistí a numerosos estrenos detrás del telón.
Me escondía en los palcos y me encantaba ver el patio de butacas lleno.
Conocí a muchos actores y me enamoré de alguna que otra actriz que estaba de paso. Mi corazón se rompía cada vez que se marchaba a otra ciudad.
Después, el teatro pasó a ser cine y seguí disfrutando viendo películas aunque eso sí, mudas porque era la época.
No fue hasta finales de los años 20 cuando vinieron las películas sonoras y en el Teatro Olympia pude ver la primera, “El arca de Noé”, acompañado de mi novia y pasados los años “Casablanca” con la que sería mi mujer.
Fui un niño espabilado y un adulto con recursos al que le gustaba mucho leer y sobre todo escribir.
Esperé con anhelo que el teatro volviera a ser lo que era, teatro, y que una obra mía pudiera ser representada, pero los astros se alinearon para que nada fuera como debía ser:
La transformación se  demoró más de la cuenta y a mí me pilló ya mayor. Tenía 73 años.
La actriz protagonista tuvo un accidente un día antes de levantar el telón.
También hubo un pequeño incendio que arrasó parte del decorado.
Y para rematarlo, me dio un infarto por todo el estrés acumulado y porque mis arterias estaban muy mal de tanto exceso con la comida y el tabaco, para qué ocultarlo.
El caso es que la obra estaba gafada y yo morí horas antes del estreno sin ver mi sueño hecho realidad.
Dicen que nadie se va del todo de este mundo si tienes cuentas pendientes en él.
Pues a mí me debió pasar eso porque no vi una luz al final del túnel para seguirla.
La ópera tenía un fantasma que vivía en los subterráneos y el teatro tiene otro que soy yo.
Estoy atrapado hasta que mi obra sea representada, vagando entre las butacas, siendo testigo de las numerosas noches de estreno de otras obras que no son mías como la de “La chica del asiento de atrás” con Arturo Fernández como protagonista y que fue muy aplaudida.
Como ya he dicho, he sido convocado para la celebración de su centenario.
Por fin mi alma descansará y podré disfrutar de lo que en su día se me negó: el aplauso del público.
Todo está preparado: la actriz sana, el decorado intacto y el público sentado en sus butacas tapizadas de rojo sangre, preparado para disfrutar de un rato entretenido.
Ya veo mi luz.
Se abre el telón y la función comienza.