Con dicho motivo se me ocurrió un relato que paso a mostraros.
Espero que os guste.
Hola, soy un fantasma.
Sí, es raro que un ente
sobrenatural se presente así pero es que me han convocado con motivo de los 100
años del teatro Olympia y no puedo faltar a esta celebración.
¿Por qué me presento?
Porque contar mi historia es contar la historia del teatro más antiguo y
conocido de Valencia.
Nací, crecí y morí como
persona en la ciudad de Valencia hace un siglo; que se dice pronto.
¡Cuánto ha cambiado
todo!
Como el teatro, mis
inicios tienen que ver con las monjas porque fui abandonado en el convento de San Gregorio, en la calle de San
Vicente, en pleno centro de Valencia, el solar donde se construyó el edificio.
Mis cinco años de vida
fueron marcados por la inauguración del teatro, un frio otoño de 1915 con la
representación del Barbero de Sevilla. Quise ser Fígaro emulando al barítono Ricardo
Stracciari que por primera vez cantaba en Valencia.
Crecí entre bambalinas
pues mis padres adoptivos eran empleados del teatro y vivíamos en una de las 47
viviendas que tenía tan gran edificio.
Hasta el año 1917 asistí
a numerosos estrenos detrás del telón.
Me escondía en los
palcos y me encantaba ver el patio de butacas lleno.
Conocí a muchos actores
y me enamoré de alguna que otra actriz que estaba de paso. Mi corazón se rompía
cada vez que se marchaba a otra ciudad.
Después, el teatro pasó
a ser cine y seguí disfrutando viendo películas aunque eso sí, mudas porque era
la época.
No fue hasta finales de
los años 20 cuando vinieron las películas sonoras y en el Teatro Olympia pude
ver la primera, “El arca de Noé”, acompañado de mi novia y pasados los años
“Casablanca” con la que sería mi mujer.
Fui un niño espabilado
y un adulto con recursos al que le gustaba mucho leer y sobre todo escribir.
Esperé con anhelo que
el teatro volviera a ser lo que era, teatro, y que una obra mía pudiera ser
representada, pero los astros se alinearon para que nada fuera como debía ser:
La transformación
se demoró más de la cuenta y a mí me
pilló ya mayor. Tenía 73 años.
La actriz protagonista
tuvo un accidente un día antes de levantar el telón.
También hubo un pequeño
incendio que arrasó parte del decorado.
Y para rematarlo, me
dio un infarto por todo el estrés acumulado y porque mis arterias estaban muy
mal de tanto exceso con la comida y el tabaco, para qué ocultarlo.
El caso es que la obra
estaba gafada y yo morí horas antes del estreno sin ver mi sueño hecho realidad.
Dicen que nadie se va
del todo de este mundo si tienes cuentas pendientes en él.
Pues a mí me debió
pasar eso porque no vi una luz al final del túnel para seguirla.
La ópera tenía un
fantasma que vivía en los subterráneos y el teatro tiene otro que soy yo.
Estoy atrapado hasta
que mi obra sea representada, vagando entre las butacas, siendo testigo de las
numerosas noches de estreno de otras obras que no son mías como la de “La chica
del asiento de atrás” con Arturo Fernández como protagonista y que fue muy
aplaudida.
Como ya he dicho, he
sido convocado para la celebración de su centenario.
Por fin mi alma
descansará y podré disfrutar de lo que en su día se me negó: el aplauso del
público.
Todo está preparado: la
actriz sana, el decorado intacto y el público sentado en sus butacas tapizadas
de rojo sangre, preparado para disfrutar de un rato entretenido.
Ya veo mi luz.
Se abre el telón y la
función comienza.