Una fría mañana dos carruajes salieron rumbo a las afueras de la
ciudad deteniéndose en el descampado de un bosque brumoso.
De cada carruaje se bajaron
dos hombres: el duelista y su padrino.
La ofensa era el honor
mancillado. Sir Charles, Conde de Vane había seducido a la mujer de Sir Arthur, Duque de Beaufort.
El arma elegida era la
espada
El duelo no sería "a
primera sangre" sino hasta la muerte de uno de los dos. Lo ofensa lo
requería.
Frente a frente los dos hombres se saludaron con la espada y comenzó el combate.
Las armas dibujaron zetas en el aire y los silbidos rompieron el silencio que reinaba en el lugar.
El Conde inició el ataque y el Duque se batió en retroceso esquivando fácilmente la embestida.
Giraban en círculo de ataque y defensa. Sus fuerzas parecían estar equiparadas.
En un momento de confusión la espada de Sir Charles hirió a su oponente en el brazo derecho. Era una herida poco profunda aunque sangraba bastante. Se alegro porque sabía que pronto las fuerzas del brazo herido estarían debilitadas otorgándole una ventaja que sin duda aprovecharía. Fue fácil seducir a su mujer y sería fácil matar al marido.
Sir Arthur se cambio la espada de mano siguió luchando aparentemente con la misma destreza que antes.
El Conde volvió a herir a su oponente en la pierna y éste se tambaleo y cayó al suelo. Se acercó a él ansioso por asestarle el golpe mortal pero Sir Arthur rodó a un lado.
Sir Charles soltó una
maldición y se lanzó de nuevo sobre él. Levantó su espada para asestarle el
golpe de gracia y entonces el Duque se movió rápidamente y de un certero
movimiento hundió su espada en el pecho de Sir Charles.
Durante un momento permaneció de pie con su espada aún en alto dispuesto para atacar mirando con incredulidad la que atravesaba su cuerpo, luego la espada resbaló de su mano ya sin fuerzas y cayó desplomado.
El duelo había acabado. Sir Charles, Conde de Vane, yacía muerto en el suelo en medio de un gran charco de sangre.